sábado, 21 de junio de 2014

El Gran Charlie

En estos momentos previos a caer en manos de morfeo quiero contar una historia. Tal vez sea una historia poco importante, quizá carente de interés para la mayoría, pero para mí, haber conocido a Charlie supuso un gran honor y me gustaría dejar aquí plasmados los dos recuerdos vividos personalmente que tengo de él y alguna que otra anécdota suya.

Como muchos ya sabéis soy de Extremadura, de la parte más sureña y andaluza, o lo que es lo mismo, Badajoz, y allí es donde se desarrolló lo que relato a continuación.

Cuando era adolescente había un vagabundo por la ciudad al que todos llamábamos Charlie porque ese era el nombre con el que él se refería a cualquiera.

Charlie debía tener entre 50 y 55 años como mucho. Había sido legionario y no sabemos cuál fue la razón de que terminara en la calle, agarrado siempre a un cartón de Don Simón, pero hay diversas teorías: un divorcio traumático, el alcohol, quedarse mal de la cabeza estando en la legión, etc... Quizá fue un poco de todo. Lo que sí supimos siempre es que recibía una pensión del estado que gastaba básicamente en vino.

La primera vez que vi a Charlie yo tenía aproximadamente 15 años y un look rockabilly que no tenía nada que envidiar a los grandes iconos de esta música. Me había saltado las clases en mi instituto, el Reino Aftasí, que estaba en las afueras y que parecía más un reformatorio que un lugar de enseñanza, especialmente por los doberman que soltaban en el patio mientras no hubiera descansos y las rejas que estaban puestas para que la gente no saltara de dentro del recinto hacia fuera y no al revés. Fui al instituto Zurbarán, donde estudiaban algunos de mis amigos y en la puerta había sentado un indigente que tenía una bolsa de pan duro y una naranja y que estaba hablando con los chicos y chicas que estudiaban allí. En un alarde de estupidez de esos que todos tenemos a esas edades decidí sentarme a su lado para hacerme el "espabilado". Nada más acomodarme, sacó una naranja de la bolsa y comenzó a pelarla y, antes de que yo siquiera hubiera podido decirle ninguna idiotez para hacerme el gracioso ante las chicas y los amigos, él simplemente me dijo: ¿quieres comer?. La cara me cambió radicalmente y se me quitaron automáticamente las ganas de reírme. Había recibido una lección de humildad de tal calibre que jamás volví a hacer nada parecido en toda mi vida. Era lo único que tenía para comer, y aun así, me lo ofreció a mí, a un niñato con acné al que no conocía de nada. Charlie se había ganado mi más profundo respeto.

Muchas fueron las ocasiones en que a lo largo de mi vida lo vi y siempre le saludé y, si pude con mis escasos recursos económicos, le di dinero y tabaco.

Charlie acostumbraba a sentarse en la muralla (un antiguo trozo de la que rodeaba la ciudad) junto a punks, heavys, rockers, raperos y demás gentuza peculiar de los alrededores, y no es de extrañar que se hiciera amigo de todos y cada uno de nosotros. Me gusta pensar que de alguna forma nos convertimos en su familia.

En una ocasión Charlie apareció apaleado, tuvo que ser ingresado en el hospital de la brutal paliza que le habían dado y rápidamente se iniciaron las investigaciones por parte de "su familia" para averiguar quiénes habían sido. Badajoz no es una ciudad grande ahora, menos en aquella época, y al final se supo la identidad de los agresores. Unos pijos de mierda, hijos de papá que seguramente iban borrachos y puestos hasta las cejas y que Charlie tuvo la mala suerte, simplemente, de dormir en el mismo camino que ellos llevaban. Yo no presencié lo que ocurrió, pero según parece, se les buscó, se les encontró y se realizó justicia como solo en las calles puede hacerse. Los pijillos acabaron en el hospital con varios huesos rotos por una veintena de personas y Charlie jamás volvió a recibir un golpe de nadie.

Tres o cuatro años más tarde habiendo suspendido yo una larga lista de asignaturas, (como todo buen rebelde con un carácter orientado a la libertad y a la absorción de conocimientos no institucionalizados debe hacer), comencé unas clases particulares en verano (como todo hijo de padres responsables se ve obligado a hacer) junto a la muralla, en la academia Santo Domingo. Muchas veces coincidí con Charlie a primera hora de la mañana pero hubo un día especial:

La avenida de Colón, que para los que no la conozcan es donde viene a desembocar un extremo de la muralla que frecuentábamos, es bastante larga, con un paseo en medio de la calle. Vi a Charlie sentado en un banco pero me llamó la atención un detalle: a sus pies había 4 ó 5 latas de distintos refrescos colocadas en línea. Me fui acercando a él para preguntarle por las latas y conforme iba llegando vi que la hilera era mucho más extensa, tanto que allí debía haber al menos 60 u 80 tipos de bebidas distintas, coca cola, fanta, sprite, cerveza... Le pregunté la razón por la que había puesto esas latas, y él simplemente me contestó: "Como hace tanto calor las he comprado para que la gente que pase, si tiene sed, coja la que quiera". Debo decir que esto era en el mes de julio o agosto y que el verano en Badajoz es extremadamente caluroso, tanto como el de Sevilla, rondando siempre los 40-42 grados. Charlie, ese vagabundo mal aseado y borracho, había gastado gran parte de su pensión en hacer a los demás sentirse mejor paliando el calor asfixiante de la ciudad a costa de sus propias necesidades, y creedme, era plenamente consciente de que ese dinero le haría falta.

Charlie murió, nunca supe la razón exacta, y es difícil saber qué le ocurrió en realidad. Imagino que una cirrosis o alguna otra enfermedad derivada del consumo de alcohol fue lo que acabó con su vida y a todos nos entristeció mucho no poder volver a tener sus historias, sus palabras de ánimo, su buen humor constante y sus momentos de lucidez, siempre tristes, en los que recordaba una vida ya pasada que debió esconderse tras la bebida. Me consuela y reconforta pensar que, de alguna manera, algo de él quedó en nosotros.

Yo le recuerdo con cariño, con esa gran sonrisa escondida tras la espesa barba que dejaba adivinar una cara curtida por el tiempo y esas palabras siempre amables y sabias para todos los que quisimos escucharle. Fue un hombre de una calidad humana como no he visto otra jamás y este es mi pequeño homenaje a su memoria.

Nos vemos donde toque, Charlie.


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